Yo, intentando convencer a mi «guía» para que me autorizase ya no me acuerdo a qué…
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Se necesita tiempo para asimilar lo vivido en mis seis días en Corea del Norte. Demasiadas impresiones y una intensa sensación de haberme quedado en lo superficial, de no haber visto en realidad más que lo que su gobierno ha querido que viésemos. «Podrán ustedes filmar todo, las calles, las casas, preguntar a la gente, todo» nos promete nuestro «guía» nada más salir del aeropuerto. Les han adoctrinado tan bien que ni siquiera son conscientes de cuándo mienten. En esos seis días, la única libertad que se nos concedió fue la de escoger el menú de la comida. Muy sabrosa y abundante, por cierto.
Nos habían invitado para presenciar el lanzamiento de un cohete (que transportaba un satélite, según Corea del Norte, un misil balístico según Estados Unidos y Corea del Sur) Sin embargo, lo lanzaron mientras dormíamos, a las 6:30 de la madrugada. Nunca se me olvidará la actuación de nuestro «guía» cuando apareció, seis horas después. Le pedimos explicaciones. -Yo no sabía nada -nos contestó, con una sonrisa burlona. La conclusión a la que llegamos fue que habíamos sido invitados con el gancho del lanzamiento, pero en realidad sólo querían que cubriésemos los actos de exaltación del nuevo Gran Líder Camarada Kim Jong Un.
Siempre es mejor ver poco que no ver nada. Vimos lo que nos enseñaron, pero mis ojos intentaron mirar un poco más allá. ¿Por qué siempre nos llevaron, durante seis días, por las mismas calles de Pyongyang? ¿Es normal que una ciudad esté siempre tan extremadamente limpia, que a todos sus vecinos les guste tener plantas en los balcones, que todas las fachadas estén impolutas y que todos sus ciudadanos acudan locos de contento a todos los actos oficiales programados para esos intensos seis días de exaltación de sus amados líderes? ¿Es posible que todos los niños a los que les preguntas qué quieren ser de mayores te digan que soldados? ¿Y que las madres, con bebés en brazos, te digan que les educan para serlo, porque ese será su mayor orgullo? ¿Por qué siempre que enseñan el metro de Pyongyang a la prensa tan sólo permiten grabar en dos paradas? ¿Por qué cuando un compañero fotografía, por casualidad, al único anciano pobremente vestido que encontramos el guía pierde su perpetua sonrisa y su impostada amabilidad y le obliga a borrar la fotografía?¿Cómo es posible que 45.000 personas en un estadio aplaudan y dejen de aplaudir TODOS a la vez, perfectamente sincronizados? ¿Por qué cuando pido que me traduzcan las entrevistas, y escribo en mi cuaderno la abreviatura KIS ( Gran Camarada Kim Il Sung) el traductor monta en cólera porque el nombre del Gran Líder no se escribe nunca de forma abreviada?
Son anécdotas, puede que hasta cómicas, de mi breve estancia no en otro país, si no en otro planeta donde vive unas personas que quizás ya no sean humanas. La realidad poco tiene que ver con la comedia. La sensación que me llevo es la de haber convivido seis días con individuos que padecen un tipo de trastorno que les impide interpretar la realidad con los mismos parámetros que lo hacemos aquellos que hemos nacido libres y que nunca hemos sido castigados, censurados ni obligados a hacer autocrítica por pensar diferente. En Corea del Norte no se permiten discrepancias individuales, ni siquiera en cuestión de gustos, preferencias o deseos. Os pongo un último ejemplo: el día de la inauguración de la estatua gigante de Kim Jong Il, nuestro «guía» nos comenta que todos los ciudadanos de Pyongyang se encuentran en la plaza. -No puede ser- le contesto, intentando bromear un poco. -Alguien se habrá quedado en casa, por pereza, hace mucho calor. No creo que a TODOS los habitantes de Pyongyang les apetezca venir a ver este espectáculo-le digo. -Eso es imposible, nigún norcoreano querría perderse la inauguración de esta estatua, sería una ofensa al Gran Camarada- Pues eso. Allí no existen los perezosos, ni los escaqueados, ni pecadores ni imperfectos. El miedo es el único sentimiento humano que quizás esté aún permitido en Corea del Norte. Yo lo he visto en sus ojos, cada vez que me he acercado a preguntarles.
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